Y la pared que parecía tan blanca, tan pura, tan aséptica, tan muerta, comenzó a rugir ; a rugir como un león hambriento de pasión, de nudos, de complicaciones, de vida. Y las ramas invadieron la habitación, con violencia, sin sutileza, se fueron enroscando en cada rincón, destruyendo la paz. Tu mirabas hipnotizado, sin moverte, sin gritar; y ellas te besaron, una y otra vez, como amantes furtivas antes del amanecer, cubriendo de huellas rojas la nieve, tu piel. Nadie dijo nada, ni una palabra, ni un susurro, ni una sílaba disonante; pero tu ojos brillaban como dos abismos, tan atractivos, tan enigmáticos, tan tenebrosos y sin previo aviso, tus pupilas soltaron un alarido, intenso, fantasmagórico, preludio de un réquiem salvaje que despertó tus oscuros instintos. (Alice Nin)
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