miércoles, 6 de octubre de 2010

Magic feathers

Annette Masterman's still lifestylist for Vogue India
Look by Oyl Australian designer

Shu Uemura false eyelashes look
Kakahu feathers detail of  an artwork of Diggeress Te Kanawa and Louis Vuitton dress
Dresses of F/W 010 by Alberta Ferrati, Issey Miyake and Roland Mouret

Irena Shabayeva F/W 010
Alice and Olivia F/W 010
Valentino glam tote bag
Alexander Mcqueen gown dress with feathers detail

Audrey Kawasaki illustration
Bec Winnel illustration

Elegantes, delicadas, suaves,
exóticas, llamativas , sensuales,
navegan entre los sueños y la realidad,
tientan a perderse en ellas, a agarrarlas y sentirlas.

Elegant, delicate, soft,
exotic, flashy, sensual,
they navigate between dreams and reality
they tempt to get lost in them, to grab them and feel them.



La tiabuela, ya olvidada en una residencia lejana, apartada de los ojos de la mayoría, de la realidad, convertida de algún modo en una especie de leyenda, debido a que muchos no sabían si realmente existía o no, conservaba celosamente su broche de plumas; lo guardaba en el cajón de las mudas, debajo de estas, envuelto en un paño que en algún tiempo debió ser de terciopelo granate; se esmeraba en esconderlo, no fuera que alguna monja amiga de lo ajeno lo encontrase.

Todos los viernes por la noche, quien dice noche dice a las 20:30, después de la temprana cena a las 20:00, horario estrictamente programado por la madre superiora, los residentes o lo que es lo mismo, los ancianos (para que engañarnos) jugaban al bingo, y entonces, llegaba el momento estrella de la tiabuela. En frente de un pequeño espejo, se maquillaba sus pálidas mejillas con un colorete rosa intenso (tan intenso que parecía una de esas muñecas de porcelana de imitación) que en una de las visitas, la pequeña nieta de otro de los habitantes, le había regalado, quizás por lástima al verla tan arrugada y sola o quizás, simplemente, por simpatía; se peinaba suavemente el poco pelo que le quedaba y se lo mojaba con unas gotitas de colonia de olor a azahar; y por último, se echaba sobre los hombros la toquilla de lana blanca y en ella prendía su broche con forma de abanico, realizado en plata y delicadas plumas de color rosa suave.

Ya engalanada, caminaba hacía la sala del bingo mientras recordaba cuando era bella y lozana, cuando con aquel broche bailaba en casinos del brazo de su amante, un empresario, perteneciente a la decadente aristocrática y con título de conde, cuando todo eran luces, cristales brillantes y plumas suntuosas.


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