Algo que escribí en alguna parte, alguna noche…
Se tumbó en el viejo colchón azul pálido; un colchón usado, cansado, con manchas de humedad que atestiguaban las batallas libradas por el tiempo. Ni se había molestado en cubrirlo con alguna limpia y blanca sábana que adecentase su aspecto. Se desplomó sobre el casi sin pensarlo, simplemente dejó caer su cuerpo.
Parecía una estatua, una antigua estatua, inerte pero llena de vida a la vez;solo unas braguitas cubrían su desnudez, su estómago se movía suavemente al ritmo acompasado de su respiración; uno de sus brazos, estirado hacia arriba, parecía escapar del colchón, huir de la escena; el otro arropaba su vientre de forma protectora; sus ojos llenos de historias miraban sin mirar al infinito, estaban perdidos en algún lugar fuera del alcance de la realidad.
El ambiente estaba envuelto en una suave decadencia con un dulce olor a melancolía. El silencio observaba la escena, lo cubría todo con un velo de íntima serenidad. Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla, cálida, pausada, ausente, sin dramáticos sonidos innecesarios; llena de recuerdos que se iban diluyendo con el tiempo.
De repente sintió frío, de ese frío que se interna en el cuerpo hasta enroscarse entre las vértebras; no le apetecía levantarse a por algo con lo que taparse; cerró los ojos lentamente y se acurrucó formando un frágil ovillo de carne, huesos y sangre; las lágrimas seguían su camino a través de las comarcas de la cara hasta morir en algún anguloso relieve. Poco a poco la oscuridad fue poblando la habitación; y así recibió el beso de la luna que la acompañó y guió en su solitaria noche, mientras que en algún lugar de su interior, una misteriosa batalla tenía lugar.
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